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Web dedicada la Montaña Oriental Leonesa, especialmente a los valles de Aleón, Alto Cea, Riaño, Sajambre, Tierra de la Reina, Valdeburón y Valdeón.

Documentos de Altoesla, Valdeón y Sajambre

 

Manifesta-ciones contra el Pantano en el antiguo pueblo de Riaño

18 años desde el mayor expolio de Riaño

Aunque ya hay otros planificados, el Pantano ha sido el mayor expolio que ha padecido la Comarca de Riaño. Éste fue un embalse planificado y construido por los Políticos de la Derecha (Fanquistas y posteriores) y ejecutado por los Políticos de la Izquierda (El PSOE de Felipe González) que, después de muchas promesas y manifiestos en contra, lo ratificó, derribó los pueblos y comenzó a embalsar agua de forma precipitada debido a que el año siguiente entraba en vigor una normativa europea que lo hubiera hecho imposible. Fue un embalse que nunca debió hacerse, un inmenso engaño para los habitantes de la Comarca de Riaño que ha llevado la riqueza a Castilla y la desolación, pobreza y abandono a la Montaña Leonesa.

 

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Destrucción y Éxodo. Comarca de Riaño

Una vivencia personal
A mediados de los 60 muy a mi pesar y siendo aún un niño, tuve la ocasión de experimentar lo que en esa tierna edad se padece al abandonar forzadamente el lugar donde hasta entonces había transcurrido mi infancia. No era un viaje a las cercanas playas de Ribadesella ni tampoco a ver a la familia de León capital, por lo que podía observar no era un viaje temporal sino una marcha sin retorno, ¡definitiva!. Aquellos inconsolables lloros de la partida, estaban producidos por la angustia de una despedida definitiva y para siempre.
Desde entonces aquel niño volvió en infinidad de ocasiones a su pequeño paraiso en donde, indefectiblemente, reencontraba la tan recordada felicidad. Desgraciadamente y al final del período vacacional de nuevo se repetía la sensación de angustia e incosolables lloros provocados por la tan temida despedida definitiva. Con los años y ya adolescente, los lloros fueron dejando paso al no menos angustioso <<nudo en la garganta>> que hacía verdaderos estragos en el ánimo y ahogaba las palabras de cada despedida.
Pero no crean ustedes que estos lloros y nudos de garganta eran patrimonio especial de un niño excesivamente sensible. Habría que ver el estado lamentable de todos los familiares y amigos cuando, año tras año, se producían estas despedidas. ¡Cuánta angustia mal contenida ante el temor de una inminente y anunciada desaparición de nuestro paraiso!
Como en las películas de triste final, ya siendo una persona adulta y a pesar de nuestros intentos para frenarlo, asistí el año 1988 a la forzada demolición de Riaño, Pedrosa, La Puerta, Salio, Anciles, Huelde y Escaro. Dos años después, en 1990, sucumbió a esta democrática salvajada el pueblo de Burón y parte del de Vegacerneja. ¡Todo nuestro paraíso destruido para llevar la riqueza a lejanas Comarcas y Provincias!
Ahora, 18 años después, la Comarca de Riaño continúa, día a día, generando riqueza para lejanas Comarcas mientras ella se encuentra cada vez más hundida económica, moral y poblacionalmente sin que nadie haya puesto los mínimos medios para su recuperación. La Administración <<Junta de Castilla contra León>> olvida las más elementales necesidades de infraestructuras de la Comarca de Riaño mientras continúa apoyando los planes expansionistas y expoliadores de las Comarcas vecinas, sobre la Imágen Turística y el Patrimonio Natural de Riaño.

kkarlos, Webmaster de www.AltoEsla.com.

El éxodo de Oliegos. Precursores de Riaño
Recopilado por Ismael Gómez (de Acebedo)

Los colonos de Foncastín de Oliegos recuerdan su llegada a Valladolid después de que su aldea fuera anegada por el pantano de Villameca (ALEJANDRO FIERRO)

Fueron víctimas invisibles de un régimen que quería demostrar a cualquier precio su capacidad para sacar adelante un país destrozado por la Guerra Civil. Acabada la contienda, el franquismo retomó los proyectos de infraestructuras hidráulicas planeados por la República y les dio prioridad absoluta.
El coste humano no importaba. Varios millares de personas fueron obligadas a abandonar sus pueblos, sin tener siquiera derecho a protestar. Fue el caso de los doscientos habitantes del municipio leonés de Oliegos, en la comarca de La Cepeda a unos pocos kilómetros de Astorga, que en 1945 abandonaron su aldea, a punto de ser anegada por el embalse de Villameca, rumbo a Foncastín, en plena meseta castellana y cercano a Tordesillas, donde culminó aquel viaje dos días más tarde. El 30 de noviembre se cumplieron 60 años de su llegada.
Aquel éxodo de resonancias épicas va a quedar recogido por el historiador vallisoletano Pablo Sánchez Pérez en el libro La luz de Oliegos. Homenaje a un pueblo en mi memoria, actualmente en fase de redacción. Como el propio historiador recalca, los verdaderos autores del trabajo son los colonos olegarios que se asentaron en Foncastín.
En la pasada primavera Pablo Sánchez Pérez llevó a cabo varias sesiones de trabajo en Foncastín con los protagonistas de aquel viaje. Quería oír de primera mano sus vivencias, sus sentimientos al dejar atrás aquel valle. «Aquellas sesiones fueron una terapia de grupo. Varios acabaron llorando. Me preguntaba qué hacía allí buscando información cuando esa gente lo que quería, realmente, era hablar, que se le reconociera y valorara su sacrificio».
El sacrificio anunciado –desde 1933 se conocía el proyecto del embalse de Villameca¬– tuvo lugar el 28 de noviembre de 1945. Se fletó un tren especial para los olegarios. Era un convoy de treinta vagones. En tres de ellos iban los vecinos. Los veintisiete restantes eran para sus enseres, ganado, carromatos y hasta árboles frutales incluidos.
«Nos quitaron la tierra por la fuerza. Nos dijeron que si queríamos, podíamos quedarnos, pero con las compuertas abiertas. Es decir, ahogados. Estaba Paquito [en referencia a Franco] en su plenitud de fuerzas y no había forma de rebelarse». Pedro Carrera tenía 20 años cuando dejó Oliegos. Sólo con el paso del tiempo ha comprendido lo que significó aquello para su vida y la de su familia. «Entonces los jóvenes sólo pensábamos en cómo serían las chavalas de Valladolid. Para gente como mi madre, con más de cincuenta años, fue una tragedia».
De entre las diferentes opciones que les ofreció el ya desaparecido Instituto Nacional de Colonización eligieron la finca de Foncastín, que pertenecía al Marqués de las Conquistas, a quien el Instituto le compró las tierras para revendérselas a los olegarios.
«Dejamos un río truchero que era de los más bonitos de España y nos mandaron a una tierra donde el agua ni se podía beber», recuerda Pedro Carrera. El cambio fue radical. Tuvieron que volver a aprender a trabajar el campo y el ganado. Si en Oliegos había vacas, en Foncastín eran ovejas. De la legumbre y los frutales tuvieron que pasar al cereal. «El primer día que atamos el arado a la yunta de los bueyes se rompió.
Esta tierra era demasiado dura para nuestras herramientas, hechas para la blandura del valle».
Pero lo peor fue que el prometido nuevo pueblo aún no estaba construido. Durante tres largos años los colonos vivieron en las antiguas paneras e, incluso, en la vieja iglesia, ya derruida. Tampoco había escuela.
En varios años los niños no recibieron clases. «En las paneras, arregladas como casas, se alojaron las familias numerosas. Los demás, en la iglesia o en el lagar», explica Teresa Mayo, que llegó a Foncastín con doce años de edad.
Todos los vecinos coinciden en calificar esos primeros años como los peores. Penurias, calamidades y hambre son las palabras que más utilizan para describir aquel tiempo. Y sobre todo, insiste el historiador Pablo Sánchez Pérez, la sensación de no ser queridos en ningún sitio: «Eran gente en tierra de nadie. A muchos pueblos de La Cepeda no les importó que Oliegos desapareciera. Con el embalse iban a tener cultivos de regadío. En Rueda tampoco se les recibió bien. Las costumbres de la montaña leonesa eran muy diferentes a las de la meseta castellana. Los veían como paletos, gente inculta y pobre».
Pedro Carrera corrobora esta tesis. El único altercado que ha tenido en su vida fue hace unos años en un bar de Palaciosmil, pueblo próximo al desaparecido Oliegos, cuando alguien le cuestionó que ellos no eran ya de allí. «Se marcharon de su tierra natal con un sentimiento de resignación y de que era necesario por el bien común», plantea el historiador, «una resignación muy ligada a la religiosidad de aquella época; sesenta años después, nadie se lo ha agradecido».
Las costumbres olegarias no encajaron bien en la zona. Sobre todo en lo referente al papel de las mujeres. La actual alcaldesa, Dolores Magaz, recuerda que su abuela llamaba la atención «por ir siempre de negro con el pañuelo en la cabeza; pero ese era el atavío típico de la mujer leonesa». Tampoco gustaba en los pueblos cercanos que las mujeres desarrollaran las mismas labores que los hombres en el campo, como era tradicional en León.
Dolores es regidora de un pueblo muy diferente al que llegó su abuelo Nicanor Magaz, último alcalde de Oliegos y primero de Foncastín. Pasados los duros primeros años, el asentamiento empezó a evolucionar. Formó, como señala Sánchez Pérez, una nueva comunidad. Las casas fueron terminadas en 1949. Los campos empezaron a producir. Se construyó una escuela y llegó un maestro, Don Lorenzo, con la paradoja de que algunos de sus alumnos, tal fue el caso de Pedro Carrera, eran mayores que él. En 1955 se inauguró una nueva iglesia donde fue instalada la talla de la Virgen de las Angustias que trajeron de Oliegos. El resto de objetos de culto quedó desperdigado por las parroquias de la zona abandonada. Tampoco se pudieron traer los restos de sus seres queridos. El cementerio fue sepultado por las aguas del embalse. Es una espina aún clavada en el corazón de los olegarios.
Los hijos de aquellos colonos han nacido en Foncastín y se sienten vallisoletanos. Pero la historia que vivieron sus padres y abuelos tiene una significación especial para ellos. Todos han ido a visitar el pantano, donde se pueden ver con claridad las ruinas de Oliegos. Una especie de peregrinación anual para que por lo menos los hijos no olviden una historia digna de recordar.

Un libro para dar luz a la memoria
El objetivo que persigue Pablo Sánchez Pérez con su trabajo de investigación sobre Foncastín de Oliegos es «evitar que se pierda la memoria histórica, aunque sé que este término es muy polémico actualmente».
La luz de Oliegos. Homenaje a un pueblo en mi memoria no es sólo la crónica de un viaje. Sánchez Pérez busca recopilar y documentar todas aquellas costumbres y usos que se quedaron bajo las aguas del embalse de Villameca. En sus sesiones con los vecinos ha tratado los más diversos temas: la religiosidad, los ritos de paso, el trabajo en el campo y con el ganado, la matanza, las labores domésticas, canciones y refranes, leyendas, gastronomía, fiestas... En sus fuentes (Maximino, Elvinda, Dolores, Fisa, Delita, Oliva, Cándida...) descubrió que aún perviven actitudes importadas de la montaña leonesa, desde determinados vocablos y formas de expresión hasta la comida (el botillo sigue siendo un plato habitual en las mesas de Foncastín). El historiador ha prestado especial atención a los documentos gráficos, consiguiendo casi un centenar de fotografías datadas e identificadas. «Era la última oportunidad. Si mueren los colonos, muere esta información».

«Alegría y optimismo ante la esperanza que se abre a todos»A. FIERRO -VALLADOLID-
La forma en la que los periódicos de la época trataron el forzado éxodo en nada se parece a las amargas vivencias que aún relatan los olegarios. Con el barroco lenguaje periodístico de los años 40 y la carga propagandística del primer franquismo, los diarios presentaron la marcha de los vecinos de Oliegos como «una iniciativa beneficiosa para la comunidad, cuya vida hubiera quedado truncada al anegar las aguas del pantano de Villameca, en lógica marcha civilizadora, los hogares y las tierras», según un ejemplar del Proa del 1 de diciembre de 1945.
El mismo rotativo no tuvo empacho en destacar que los obligados colonos «vitorearon con entusiasmo a España y al Caudillo» y que su llegada a Valladolid fue «un acto sencillo, pero lleno de emoción patriota y falangista, cuya nota sobresaliente fue el entusiasmo y alegría de los nobles y recios campesinos leoneses, que ya forman parte de la unidad política de nuestra provincia, tierra castellana que recibe a sus nuevos hermanos con entrañable cariño y anhelos de comunes prosperidades y grandezas patrias».
Un teletipo de la agencia Cifra describió el primer día de los olegarios en su nuevo hogar. El periodista destaca que se le sirvió a los campesinos «una comida extraordinaria» y que «exteriorizaron su júbilo con vivas al Caudillo y a España».
Las declaraciones de los protagonistas también difieren de los actuales recuerdos. Según Proa, «el optimismo y la alegría» predominaban «en todas las personas a las que interrogamos». Para que quedara constancia de aquel «servicio colectivo que redundará en beneficio de todo el país», según declaró entonces el gobernador civil interino, Félix Buxó (el titular era Carlos Arias Navarro), se envió a un equipo del No-Do. Con el material filmado se montaron dos cortometrajes que los olegarios tuvieron la oportunidad de ver en los actos de 1995 con motivo del 50º aniversario de su asentamiento en Foncastín. El afán propagandístico, cuando no la abierta mentira, irritó a los que lo contemplaron. «Yo los vi dos veces, pero ya no los quiero ver más», afirma Arturo Suárez, «Es tremendo. Parecíamos los pioneros del Oeste». Quizás los propios operadores del No-Do trataron de conferir algo de veracidad a su trabajo al incluir una escena terrible: una mujer cierra la puerta de su casa; se detiene y parece reflexionar sobre la inutilidad de su gesto; entonces arroja de forma brusca la llave al suelo.
En 1955, El Norte de Castilla publicaba un reportaje sobre Foncastín y sus habitantes a los diez años de su llegada, ensalzando «la misión eficaz del Instituto de Colonización en pro del engrandecimiento de España». El alcalde, Nicanor Magaz, asegura que la salida «fue terrible y que no habrá ningún vecino que pueda decir que no lloró al abandonar aquellas tierras». «¿Impresiona salir», le pregunta el reportero. «Mucho. No hay palabras para poderlo expresar», responde el alcalde.
El periódico asegura que Foncastín «ahora pertenece al Ayuntamiento de Rueda, pero pronto se constituirá en municipio». Medio siglo después, el pueblo sigue siendo una pedanía de Rueda.

Treinta mil personas desplazadas por los pantanos en quince años
El caso de Foncastín de Oliegos se reprodujo por toda España durante la época de la construcción de los pantanos, que no finalizó hasta bien entrados los años sesenta. Pieza fundamental en esta estrategia fue el Instituto Nacional de Colonización, creado el 18 de octubre de 1939, apenas siete meses después de acabada la Guerra Civil.
La política de infraestructuras hidráulicas del franquismo fue una apropiación y aceleración de los proyectos ideados durante la República. La misión del Instituto era reubicar a los desplazados por las nuevas construcciones. Desde 1940 hasta 1955, más de treinta mil personas tuvieron que abandonar sus casas.
Pablo Sánchez Pérez subraya una y otra vez la utilización propagandística de la dictadura de su estrategia para acabar con la pertinaz sequía. «Se subordinó todo a los pantanos, incluida la vida de la gente. No había posibilidad de elección», señala.
La misión del Instituto Nacional de Colonización era buscar nuevas tierras para los afectados y construir allí la infraestructura necesaria. Los pueblos levantados responden a un diseño típicamente andaluz. Casas blancas de uno o dos pisos con las puertas y ventanas de madera pintadas de verde. Además, una plaza mayor abierta en torno a la cual se articula el resto del trazado.
Foncastín de Oliegos es un ejemplo prototípico, pero también los otros dos asentamientos de colonos de la provincia de Valladolid: San Bernardo, cuyos habitantes llegaron en 1952 procedentes de Santa María de Pollos, localidad de Guadalajara sepultada por el embalse de Entrepeñas y Buendía, y La Santa Espina, cuyo origen no tuvo que ver con el agua, sino con la puesta en activo de unos terrenos roturados. En este caso, los colonos llegaron de los pueblos cercanos de Castromonte, Torrelobatón y San Pelayo.

Ismaes Gómez (de Acebedo), Colaborador de www.AltoEsla.com.

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