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Destrucción y Éxodo. Comarca de Riaño
Una vivencia
personal
A
mediados de los 60 muy a mi pesar y siendo aún un niño,
tuve la ocasión de experimentar lo que en esa tierna edad
se padece al abandonar forzadamente el lugar donde hasta entonces
había transcurrido mi infancia. No era un viaje a las cercanas
playas de Ribadesella ni tampoco a ver a la familia de León
capital, por lo que podía observar no era un viaje temporal
sino una marcha sin retorno, ¡definitiva!. Aquellos inconsolables
lloros de la partida, estaban producidos por la angustia de una
despedida definitiva y para siempre.
Desde
entonces aquel niño volvió en infinidad de ocasiones
a su pequeño paraiso en donde, indefectiblemente, reencontraba
la tan recordada felicidad. Desgraciadamente y al final del período
vacacional de nuevo se repetía la sensación de angustia
e incosolables lloros provocados por la tan temida despedida definitiva.
Con los años y ya adolescente, los lloros fueron dejando
paso al no menos angustioso <<nudo en la garganta>>
que hacía verdaderos estragos en el ánimo y ahogaba
las palabras de cada despedida.
Pero
no crean ustedes que estos lloros y nudos de garganta eran patrimonio
especial de un niño excesivamente sensible. Habría
que ver el estado lamentable de todos los familiares y amigos
cuando, año tras año, se producían estas
despedidas. ¡Cuánta angustia mal contenida ante el
temor de una inminente y anunciada desaparición de nuestro
paraiso!
Como
en las películas de triste final, ya siendo una persona
adulta y a pesar de nuestros intentos para frenarlo, asistí
el año 1988 a la forzada demolición de Riaño,
Pedrosa, La Puerta, Salio, Anciles, Huelde y Escaro. Dos años
después, en 1990, sucumbió a esta democrática
salvajada el pueblo de Burón y parte del de Vegacerneja.
¡Todo nuestro paraíso destruido para llevar la riqueza
a lejanas Comarcas y Provincias!
Ahora,
18 años después, la Comarca de Riaño continúa,
día a día, generando riqueza para lejanas Comarcas
mientras ella se encuentra cada vez más hundida económica,
moral y poblacionalmente sin que nadie haya puesto los mínimos
medios para su recuperación. La Administración <<Junta
de Castilla contra León>> olvida las más
elementales necesidades de infraestructuras de la Comarca de Riaño
mientras continúa apoyando los planes expansionistas y
expoliadores de las Comarcas vecinas, sobre la Imágen Turística
y el Patrimonio Natural de Riaño.
kkarlos, Webmaster de www.AltoEsla.com.
El éxodo de Oliegos. Precursores de Riaño
Recopilado
por Ismael Gómez (de Acebedo)
Los colonos de Foncastín
de Oliegos recuerdan su llegada a Valladolid después de que
su aldea fuera anegada por el pantano de Villameca (ALEJANDRO
FIERRO)
Fueron
víctimas invisibles de un régimen que quería
demostrar a cualquier precio su capacidad para sacar adelante un país
destrozado por la Guerra Civil. Acabada la contienda, el franquismo
retomó los proyectos de infraestructuras hidráulicas
planeados por la República y les dio prioridad absoluta.
El coste
humano no importaba. Varios millares de personas fueron obligadas
a abandonar sus pueblos, sin tener siquiera derecho a protestar. Fue
el caso de los doscientos habitantes del municipio leonés de
Oliegos, en la comarca de La Cepeda a unos pocos kilómetros
de Astorga, que en 1945 abandonaron su aldea, a punto de ser anegada
por el embalse de Villameca, rumbo a Foncastín, en plena meseta
castellana y cercano a Tordesillas, donde culminó aquel viaje
dos días más tarde. El 30 de noviembre se cumplieron
60 años de su llegada.
Aquel
éxodo de resonancias épicas va a quedar recogido por
el historiador vallisoletano Pablo Sánchez Pérez en
el libro La luz de Oliegos. Homenaje a un pueblo en mi memoria, actualmente
en fase de redacción. Como el propio historiador recalca, los
verdaderos autores del trabajo son los colonos olegarios que se asentaron
en Foncastín.
En la
pasada primavera Pablo Sánchez Pérez llevó a
cabo varias sesiones de trabajo en Foncastín con los protagonistas
de aquel viaje. Quería oír de primera mano sus vivencias,
sus sentimientos al dejar atrás aquel valle. «Aquellas
sesiones fueron una terapia de grupo. Varios acabaron llorando. Me
preguntaba qué hacía allí buscando información
cuando esa gente lo que quería, realmente, era hablar, que
se le reconociera y valorara su sacrificio».
El sacrificio
anunciado –desde 1933 se conocía el proyecto del embalse
de Villameca¬– tuvo lugar el 28 de noviembre de 1945. Se
fletó un tren especial para los olegarios. Era un convoy de
treinta vagones. En tres de ellos iban los vecinos. Los veintisiete
restantes eran para sus enseres, ganado, carromatos y hasta árboles
frutales incluidos.
«Nos
quitaron la tierra por la fuerza. Nos dijeron que si queríamos,
podíamos quedarnos, pero con las compuertas abiertas. Es decir,
ahogados. Estaba Paquito [en referencia a Franco] en su plenitud de
fuerzas y no había forma de rebelarse». Pedro Carrera
tenía 20 años cuando dejó Oliegos. Sólo
con el paso del tiempo ha comprendido lo que significó aquello
para su vida y la de su familia. «Entonces los jóvenes
sólo pensábamos en cómo serían las chavalas
de Valladolid. Para gente como mi madre, con más de cincuenta
años, fue una tragedia».
De entre
las diferentes opciones que les ofreció el ya desaparecido
Instituto Nacional de Colonización eligieron la finca de Foncastín,
que pertenecía al Marqués de las Conquistas, a quien
el Instituto le compró las tierras para revendérselas
a los olegarios.
«Dejamos
un río truchero que era de los más bonitos de España
y nos mandaron a una tierra donde el agua ni se podía beber»,
recuerda Pedro Carrera. El cambio fue radical. Tuvieron que volver
a aprender a trabajar el campo y el ganado. Si en Oliegos había
vacas, en Foncastín eran ovejas. De la legumbre y los frutales
tuvieron que pasar al cereal. «El primer día que atamos
el arado a la yunta de los bueyes se rompió.
Esta
tierra era demasiado dura para nuestras herramientas, hechas para
la blandura del valle».
Pero lo peor fue que el prometido nuevo pueblo aún no estaba
construido. Durante tres largos años los colonos vivieron en
las antiguas paneras e, incluso, en la vieja iglesia, ya derruida.
Tampoco había escuela.
En varios
años los niños no recibieron clases. «En las paneras,
arregladas como casas, se alojaron las familias numerosas. Los demás,
en la iglesia o en el lagar», explica Teresa Mayo, que llegó
a Foncastín con doce años de edad.
Todos
los vecinos coinciden en calificar esos primeros años como
los peores. Penurias, calamidades y hambre son las palabras que más
utilizan para describir aquel tiempo. Y sobre todo, insiste el historiador
Pablo Sánchez Pérez, la sensación de no ser queridos
en ningún sitio: «Eran gente en tierra de nadie. A muchos
pueblos de La Cepeda no les importó que Oliegos desapareciera.
Con el embalse iban a tener cultivos de regadío. En Rueda tampoco
se les recibió bien. Las costumbres de la montaña leonesa
eran muy diferentes a las de la meseta castellana. Los veían
como paletos, gente inculta y pobre».
Pedro
Carrera corrobora esta tesis. El único altercado que ha tenido
en su vida fue hace unos años en un bar de Palaciosmil, pueblo
próximo al desaparecido Oliegos, cuando alguien le cuestionó
que ellos no eran ya de allí. «Se marcharon de su tierra
natal con un sentimiento de resignación y de que era necesario
por el bien común», plantea el historiador, «una
resignación muy ligada a la religiosidad de aquella época;
sesenta años después, nadie se lo ha agradecido».
Las
costumbres olegarias no encajaron bien en la zona. Sobre todo en lo
referente al papel de las mujeres. La actual alcaldesa, Dolores Magaz,
recuerda que su abuela llamaba la atención «por ir siempre
de negro con el pañuelo en la cabeza; pero ese era el atavío
típico de la mujer leonesa». Tampoco gustaba en los pueblos
cercanos que las mujeres desarrollaran las mismas labores que los
hombres en el campo, como era tradicional en León.
Dolores
es regidora de un pueblo muy diferente al que llegó su abuelo
Nicanor Magaz, último alcalde de Oliegos y primero de Foncastín.
Pasados los duros primeros años, el asentamiento empezó
a evolucionar. Formó, como señala Sánchez Pérez,
una nueva comunidad. Las casas fueron terminadas en 1949. Los campos
empezaron a producir. Se construyó una escuela y llegó
un maestro, Don Lorenzo, con la paradoja de que algunos de sus alumnos,
tal fue el caso de Pedro Carrera, eran mayores que él. En 1955
se inauguró una nueva iglesia donde fue instalada la talla
de la Virgen de las Angustias que trajeron de Oliegos. El resto de
objetos de culto quedó desperdigado por las parroquias de la
zona abandonada. Tampoco se pudieron traer los restos de sus seres
queridos. El cementerio fue sepultado por las aguas del embalse. Es
una espina aún clavada en el corazón de los olegarios.
Los
hijos de aquellos colonos han nacido en Foncastín y se sienten
vallisoletanos. Pero la historia que vivieron sus padres y abuelos
tiene una significación especial para ellos. Todos han ido
a visitar el pantano, donde se pueden ver con claridad las ruinas
de Oliegos. Una especie de peregrinación anual para que por
lo menos los hijos no olviden una historia digna de recordar.
Un libro para dar luz a la memoria
El objetivo
que persigue Pablo Sánchez Pérez con su trabajo de investigación
sobre Foncastín de Oliegos es «evitar que se pierda la
memoria histórica, aunque sé que este término
es muy polémico actualmente».
La luz
de Oliegos. Homenaje a un pueblo en mi memoria no es sólo la
crónica de un viaje. Sánchez Pérez busca recopilar
y documentar todas aquellas costumbres y usos que se quedaron bajo
las aguas del embalse de Villameca. En sus sesiones con los vecinos
ha tratado los más diversos temas: la religiosidad, los ritos
de paso, el trabajo en el campo y con el ganado, la matanza, las labores
domésticas, canciones y refranes, leyendas, gastronomía,
fiestas... En sus fuentes (Maximino, Elvinda, Dolores, Fisa, Delita,
Oliva, Cándida...) descubrió que aún perviven
actitudes importadas de la montaña leonesa, desde determinados
vocablos y formas de expresión hasta la comida (el botillo
sigue siendo un plato habitual en las mesas de Foncastín).
El historiador ha prestado especial atención a los documentos
gráficos, consiguiendo casi un centenar de fotografías
datadas e identificadas. «Era la última oportunidad.
Si mueren los colonos, muere esta información».
«Alegría y optimismo ante
la esperanza que se abre a todos»A. FIERRO -VALLADOLID-
La forma
en la que los periódicos de la época trataron el forzado
éxodo en nada se parece a las amargas vivencias que aún
relatan los olegarios. Con el barroco lenguaje periodístico
de los años 40 y la carga propagandística del primer
franquismo, los diarios presentaron la marcha de los vecinos de Oliegos
como «una iniciativa beneficiosa para la comunidad, cuya vida
hubiera quedado truncada al anegar las aguas del pantano de Villameca,
en lógica marcha civilizadora, los hogares y las tierras»,
según un ejemplar del Proa del 1 de diciembre de 1945.
El mismo
rotativo no tuvo empacho en destacar que los obligados colonos «vitorearon
con entusiasmo a España y al Caudillo» y que su llegada
a Valladolid fue «un acto sencillo, pero lleno de emoción
patriota y falangista, cuya nota sobresaliente fue el entusiasmo y
alegría de los nobles y recios campesinos leoneses, que ya
forman parte de la unidad política de nuestra provincia, tierra
castellana que recibe a sus nuevos hermanos con entrañable
cariño y anhelos de comunes prosperidades y grandezas patrias».
Un teletipo de la agencia Cifra describió el primer día
de los olegarios en su nuevo hogar. El periodista destaca que se le
sirvió a los campesinos «una comida extraordinaria»
y que «exteriorizaron su júbilo con vivas al Caudillo
y a España».
Las
declaraciones de los protagonistas también difieren de los
actuales recuerdos. Según Proa, «el optimismo y la alegría»
predominaban «en todas las personas a las que interrogamos».
Para que quedara constancia de aquel «servicio colectivo que
redundará en beneficio de todo el país», según
declaró entonces el gobernador civil interino, Félix
Buxó (el titular era Carlos Arias Navarro), se envió
a un equipo del No-Do. Con el material filmado se montaron dos cortometrajes
que los olegarios tuvieron la oportunidad de ver en los actos de 1995
con motivo del 50º aniversario de su asentamiento en Foncastín.
El afán propagandístico, cuando no la abierta mentira,
irritó a los que lo contemplaron. «Yo los vi dos veces,
pero ya no los quiero ver más», afirma Arturo Suárez,
«Es tremendo. Parecíamos los pioneros del Oeste».
Quizás los propios operadores del No-Do trataron de conferir
algo de veracidad a su trabajo al incluir una escena terrible: una
mujer cierra la puerta de su casa; se detiene y parece reflexionar
sobre la inutilidad de su gesto; entonces arroja de forma brusca la
llave al suelo.
En 1955,
El Norte de Castilla publicaba un reportaje sobre Foncastín
y sus habitantes a los diez años de su llegada, ensalzando
«la misión eficaz del Instituto de Colonización
en pro del engrandecimiento de España». El
alcalde, Nicanor Magaz, asegura que la salida «fue terrible
y que no habrá ningún vecino que pueda decir que no
lloró al abandonar aquellas tierras». «¿Impresiona
salir», le pregunta el reportero. «Mucho. No hay palabras
para poderlo expresar», responde el alcalde.
El periódico
asegura que Foncastín «ahora pertenece al Ayuntamiento
de Rueda, pero pronto se constituirá en municipio». Medio
siglo después, el pueblo sigue siendo una pedanía de
Rueda.
Treinta mil personas
desplazadas por los pantanos en quince años
El caso
de Foncastín de Oliegos se reprodujo por toda España
durante la época de la construcción de los pantanos,
que no finalizó hasta bien entrados los años sesenta.
Pieza fundamental en esta estrategia fue el Instituto Nacional de
Colonización, creado el 18 de octubre de 1939, apenas siete
meses después de acabada la Guerra Civil.
La política
de infraestructuras hidráulicas del franquismo fue una apropiación
y aceleración de los proyectos ideados durante la República.
La misión del Instituto era reubicar a los desplazados por
las nuevas construcciones. Desde 1940 hasta 1955, más de treinta
mil personas tuvieron que abandonar sus casas.
Pablo
Sánchez Pérez subraya una y otra vez la utilización
propagandística de la dictadura de su estrategia para acabar
con la pertinaz sequía. «Se subordinó todo a los
pantanos, incluida la vida de la gente. No había posibilidad
de elección», señala.
La misión
del Instituto Nacional de Colonización era buscar nuevas tierras
para los afectados y construir allí la infraestructura necesaria.
Los pueblos levantados responden a un diseño típicamente
andaluz. Casas blancas de uno o dos pisos con las puertas y ventanas
de madera pintadas de verde. Además, una plaza mayor abierta
en torno a la cual se articula el resto del trazado.
Foncastín
de Oliegos es un ejemplo prototípico, pero también los
otros dos asentamientos de colonos de la provincia de Valladolid:
San Bernardo, cuyos habitantes llegaron en 1952 procedentes de Santa
María de Pollos, localidad de Guadalajara sepultada por el
embalse de Entrepeñas y Buendía, y La Santa Espina,
cuyo origen no tuvo que ver con el agua, sino con la puesta en activo
de unos terrenos roturados. En este caso, los colonos llegaron de
los pueblos cercanos de Castromonte, Torrelobatón y San Pelayo.
Ismaes Gómez
(de Acebedo), Colaborador de www.AltoEsla.com.
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