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Requiem por Pedrosa. Un testimonio de Enrique Martínez
Pérez
ASÍ MUERE UN PUEBLO
(Para ver las fotos ampliadas, por
favor, haz doble Click sobre ella)
Cuando asomé a
la curva de Valdetiego, el pueblo se adivinaba bajo una inmensa
capa de polvo. Serían las cinco de la tarde del día
27 de Julio de 1987. Al ponerse el sol, Pedrosa del Rey habría
acabado para siempre. Enfilé la recta que llevaba al pueblo:
ya no estaba la casa de Pablo, ni las escuelas, ni el bar de Bernardino,
ni la casa de mis abuelos paternos, también se habían
cargado ya Barruelo... Me había pasado el cruce y estaba
¡delante de casa del cura!.
El impacto emocional me había dejado completamente desorientado.
Tenía que volver hacia el cruce y dirigirme al Barrio Abajo.
Tenía que verlo con mis propios ojos. Tenía que ver
como derribaban mi casa.
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Cuando
llegué, la casa estaba ya rodeada por la Guardia Civil
y unos obreros sacaban el armario del cuarto. Ni siquiera
le permitieron acabar sus días en el lugar en el que
estuvo siempre. Lo dejaron allí, frente a la casa,
para que viese como la destruían. Más tarde,
abandonado a su suerte, se lo llevaron unos gitanos. Ya se
habían llevado antes los balcones de forja y la puerta
de roble. Aquel maldito edicto... |
Apreté
los dientes y comencé a disparar mi cámara.
El capitán que mandaba la fuerza me ordenó que
no hiciera fotos a los guardias o me quitaría la cámara.
Imbuido de una rara mezcla de rabia y de coraje le miré
a los ojos y le dije que los guardias no me importaban nada.
Solo quería hacer fotos a mi casa mientras la destruían.
No me molestó más. |
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¡Que huevos le echaste!, Quique, me dijo Primitivo,
que contemplaba la escena.
Primero empezaron por casa de Manolo. Demolieron la casa,
la cuadra, la hornera, las paneras, donde guardaban el grano.
Luego destruyeron la corte de las ovejas. Mas tarde se cargron
la cuadra de Primitivo...
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Apenas
veía nada. El ruido que producían las máquinas
era infernal. Las máquinas... debían de ser
las mayores del mundo. Yo nunca habia visto monstruos de ese
tamaño. |
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Escuchaba
con nitidez el sonido seco de las piedras, tantas horas trabajadas,
al chocar contra el suelo, y el crujido impresionante de las
vigas de roble al romperse. Cuantas horas al monte, con la
pareja, atrechando, labrando la madera... |
Había
llegado la hora y las primeras piedras de la parte trasera
de la cuadra empezaron a caer. Eran las 18.43. La escena era
patética, sobrecogedora, casi insoportable. Pero me
mantuve allí, con los dientes apretados y las lágrimas
que no me dejaban ajustar el enfoque de la cámara. |
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Las máquinas seguían
su trabajo de verdugos, manos ejecutoras de un proyecto
que nunca tenía que haberse llevado a cabo. Parecía
imposible lo que mis ojos estaban contemplando... La última
pared hizo un atisbo de resistirse. El monstruo se posicionó
de nuevo y acabó para siempre con la casa, con el
barrio y, casi, con el pueblo. Además, dejaba herida
de muerte a la comarca, que, a día de hoy, diecisiete
años despues, aún no se ha recuperado.
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La
última casa en ser derribada fue la de Micaela. El
perro, desorientado y asustado, se había atrincherado
en la cuadra y no quería salir. Tere, la de Tolís,
se enfrentó a insulto limpio con mi "amigo"
el capitán. El perro estaba consiguiendo lo que nadie
había logrado: retrasar la ejecución de la casa.
Pero la voz del capitán sonó implacable:
- Procedan, he dicho que procedan, coño.
Con el ruido de las primeras piedras salió el perro
de su escondite a gran velocidad. Nunca más le volvieron
a ver vivo. Oí contar que unos días más
tarde encontraron sus restos en un escobal.
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Al oscurecer de aquel fatídico 27 de Julio, en Pedrosa solo
quedaba un edificio en pié: la iglesia. Meses más tarde,
la portada fue arrancada por los vecinos de un pueblo cercano y hoy
da entrada al composanto del pueblo. El resto de la iglesia se trasladó
a Riaño donde permanece.
Colaboración de Enrique Martinez Pérez
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