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La Carlistada
Imágen del general carlista Zumalacáregui

Las guerras carlistas son el nombre de las guerras civiles españolas desarrolladas en el siglo XIX que enfrentaron a los ejércitos de los Borbones de la rama Carlista y las fuerzas de los realistas descendientes de Fernando VII.
Las guerras carlistas fueron, pues, luchas dinásticas, aunque supusieron a la vez el enfrentamiento entre dos ideologías y procedimientos políticos opuestos: absolutismo y liberalismo. El origen de los exigidos derechos sucesorios carlistas parten de la confusa anulación, por parte de Fernando VII, de la Ley Sálica, vigente desde Felipe V y que excluía a las mujeres de la sucesión a la Corona española. El 29 de marzo de 1830 Fernando VII firmó la Pragmática Sanción de 1789, que restablecía la ley de Partida autorizando la sucesión femenina al trono. El monarca, ante la posibilidad de no tener herederos varones, hace público lo que se había mantenido en secreto en el reinado de Carlos IV: la derogación de la Ley Sálica.

 

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Las Guerras Carlistas y al Alto Esla
Por Alberto Gómez. Burón Enero 2005.

Cuando el rey Fernando VII El Deseado murió el 29 de septiembre de 1833 dejó como principal herencia al país la existencia irreconciliable de dos “partidos”, el cristino, partidario de que su esposa María Cristina de Borbón fuese regente en tanto la futura Isabel II llegaba a la mayoría de edad, y el carlista, que defendía el derecho del Infante don Carlos, hermano de Fernando VII, a sucederle en le trono, en lugar de sus hijas.

Los orígenes del conflicto se remontan más de cien años, a 1713, cuando Felipe V promulgó la ley que excluía del trono a las mujeres, siguiendo con ello el sistema francés, contrario a la tradición histórica española. Más tarde, en 1789, Carlos IV consiguió que las Cortes derogasen esa norma, restableciendo la Ley de Partidas, pero tal ley no llegó a publicarse, hasta que en marzo de 1830 el citado Fernando VII la promulgaba; cuando en octubre de ese año nació su primogénita Isabel, el Infante don Carlos se opuso tajantemente a admitir su derecho al trono.

Por circunstancias del tiempo aquél, y a pesar que ambos personajes tenían unos orígenes comunes, tras María Cristina se agruparon lo que en términos generales podríamos denominar liberales, las gentes de ideas más avanzadas, y también la alta aristocracia, los financieros y el ejército, que había sido reformado y tenía una oficialidad preparada y disciplinada.

El pretendiente Carlos tenía sus seguidores en el medio rural, entre el clero campesino y los hidalgos de provincias; su organización era inferior y no contaba con dirigentes de la talla de sus rivales.

En el verano de 1836, la montaña que va desde Riaño hasta el puerto de Tarna, Cangas de Onis y el valle de Valdeón, fue escenario del paso y el enfrentamiento de un ejército carlista mandado por el General Miguel Gómez, y de otro liberal al frente del que estaba el General Espartero.

El General Gómez, uno de los lugartenientes del famoso jefe carlista Zumalacárregui, había nacido en Torredonjimeno, Jaén, habiendo luchado desde muy joven en la guerra de la Independencia. La campaña que nos interesa se inició el 26 de Junio de 1836, cuando salió de Amurrio al frente de unos tres mil hombres, dos mil de infantería y mil de caballería, con la intención de aprovechar el verano recorriendo el norte de España haciendo propaganda de su causa y alistando voluntarios.

Los vecinos de los pueblos, desde Pedrosa hasta Maraña, tuvieron ocasión de presenciar su paso el día 3 de Julio con destino a Oviedo. Podemos imaginarnos el sobresalto y la curiosidad que supondría para nuestros mayores verse sorprendidos por este numeroso ejército en plena tarea de la siega.

El recorrido de Gómez le lleva hasta Galicia, volviendo después hacia León perseguido por Espartero. Descansa dos días en esta ciudad y el día 3 de agosto sale de ella buscando un emplazamiento favorable para dar la batalla a Espartero. Con esa idea piensa dirigirse hacia Tarna, recorriendo la ruta por Gradefes, Almanza, Guardo, Siero, Boca de Huérgano, Pedrosa, donde duerme el día 7 de agosto (Burón estaría en Fiestas…) siguiendo camino al día siguiente.

Según cuentan las crónicas, cuando avanzaban a la altura de Escaro, son sorprendidos por una avanzada del ejército de Espartero, que dirigida por Alaix estaba compuesta por siete compañías y un batallón; cuántos hombres representaban, lo desconocemos.

La batalla tuvo lugar entre Escaro y Burón, en torno al puente de Torteros. El combate se prolongó hasta la tarde, en que la llegada de Espartero con el grueso de su ejército provocó la retirada más o menos ordenada de Gómez. La caballería, mandada por Villalobos, fue dispersada, y se reagrupó finalmente en Tarna por la noche, a donde había llegado el convoy de 55 carros, más 63 de harina. La infantería, a la llegada de las topas de Espartero, se desbandó hacia las alturas de los valles de Cullía y Rabanal, entre otros, en su huída hacia Oseja de Sajambre, pasando algunos por Vegacerneja y utilizando los pasos de montaña de Pontón y otros que permiten el descenso a Oseja.

Cuenta el autor del que tomamos estas notas que, en 1981, la tía Bárnaba, de La Vega, a sus 87 años, recordaba aún narraciones de sus abuelos de cómo los soldados carlistas “se reunían en Camplongo bajando sudorosos y cansados de los montes por el Valle, por Rilasmisas, por la Cortes…”.

Fue la primera derrota importante de Gómez, que pasó la noche del 8 en Oseja y pasó después a Cangas de Onís por el puerto de Beza, único paso practicable. El fuerte temporal de agua parece que le ayudó en su propósito, al hacer desistir a Espartero de perseguirle. En cuanto a Villalobos, con su caballería y los carros, se reunió con él en Cangas, pudiendo haber seguido la ruta de Ventaniella, o bien pasando por Polvoredo al puerto de Zarambral y de allí por Arcenorio a San Juan de Beleño.

Las bajas de Espartero fueron 80 soldados, entre muertos y heridos. Hizo 500 prisioneros. Los carlistas se vieron obligados “a entregar a los enfermos y exhaustos a las Justicias (alcaldes) de los pueblos” paro que los cuidasen. Suponemos que acabarían entre los prisioneros de Espartero. La dificultad de los caminos provocó la pérdida de una buena parte del convoy, entre carros y caballerías.

El autor señala que “en Burón, por rumores transmitidos de padres a hijos, se recuerda aún la carlistada y los desmanes obrados por las tropas, quizá por no ser la villa simpatizante con sus ideas”.

Fuentes:
• “El Concejo de Burón, su gloriosa historia”, de D. José Mª Canal
• “Historia de España”, de Salvat

Por Alberto Gómez. (Enero 2005)

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